El poeta ya no sujeta entre sus manos una alondra que parece a punto de echarse a volar. La estatua de Federico García Lorca tiene ahora las manos vacías, y la leve inclinación de su cuerpo, como invitando al ave a volar, ha perdido todo el sentido. Aún se aprecia un trozo de bronce que unía la figura al cuerpo del poeta.
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